Luchar contra el correo electrónico sería un esfuerzo inútil, una batalla de antemano perdida. El e-mail no sólo ofrece unas ventajas prácticas impresionantes, incuestionables, sino que ejerce sobre muchos un atractivo especial, una suerte de fascinación –esta sí más cuestionable- que se basa ante todo en el culto omnipresente a la velocidad, al ahorro de un tiempo para el que temo que muchas veces no se dispone de una ocupación mejor. Esa obsesión por elegir en coche el trayecto más breve, como si a su término le esperara a uno algo importantísimo, cuando la mayor de las veces no nos espera casi nada. Inútil argumentar que el camino que nos sugieren es más rápido, pero que no tenemos ninguna prisa y que el otro discurre por calles más hermosas o por encrucijadas más ricas en recuerdos. No llevar prisa, no tener interés en ganar tiempo, es algo fuera de lugar, una pura extravagancia.No me gusta, pues, el correo electrónico, me he resistido denodadamente –inútilmente, porque casi siempre es a la larga inútil resistirse a los progresos, indudables progresos de la modernidad- a utilizarlo, pero una lectura de Heidegger me ha dado la argumentación para escribir acerca del tema. Dice Heidegger: “Sólo de la palabra y con la palabra ha nacido la mano. El hombre no tiene manos, sino que es la mano la que tiene íntimamente la esencia del hombre, porque la palabra, como ámbito esencial de la mano, es el fundamento esencial del hombre. La palabra, en cuanto aquello que se muestra a la mirada, es la palabra escrita, es decir, la escritura. Pero la palabra escrita en cuanto escritura es el manuscrito.” Al pasar a la máquina, la palabra ya no discurre a través de la mano que escribe y que propiamente actúa, sino a través de la impresión mecánica de la mano. La propia palabra pasa a ser algo mecanografiado. Escribir a máquina quita a la mano el rango que había ocupado en el ámbito de la palabra escrita y degrada la palabra a ser un medio de transporte. La máquina oculta la grafía de la mano que escribe, y, por consiguiente, el carácter de la persona. En la escritura a máquina somos todos iguales.Me gustaría personalizar esta reflexión acerca de la escritura a mano y a máquina hablando de las cartas. Actualmente, además de las cartas manuscritas y las escritas a máquina, tenemos las enviadas por e-mail. Las primeras en creciente desuso, las segundas en vías de extinción, las terceras dueñas del inmediato futuro. Todo sea en aras de la velocidad. Es más rápido escribir a máquina y leer lo escrito a máquina que escribir a mano y leer lo escrito a mano. El correo electrónico es un prodigio de celeridad en la comunicación escrita. Pero creo que, en contrapartida, va en detrimento de la palabra. Creo que por lo general se escribe peor y de manera menos reflexiva. Pero además, incluso en los e-mail escritos con esmero, se ha perdido algo.Cada carta es un prodigio de cada persona que la escribe. Son naturales, la velocidad de escribir a mano permite el tiempo justo para montar y seleccionar las frases en la cabeza antes de plasmarlas en el papel; se selecciona el papel, la tinta, el membrete, la firma,… Cada carta está llena de elecciones personales de la persona que la ha escrito, pensando en la persona que la va a recibir y leer. En los e-mal no hay papel especial, ni firma autógrafa, no hay casi erratas. No siquiera los ha tocado físicamente la persona que los envía. Asepsia total. Indigencia total.Nunca me ha gustado el correo electrónico para la correspondencia privada, casi nunca lo que tengo que escribir es tan urgente, pero sólo hoy me animo a escribir este réquiem por la escritura a mano, por las obsoletas, anticuadas, hermosas y personalísimas cartas manuscritas.
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