viernes, 27 de febrero de 2009

Reflexiones sobre la lectura (I)

Hay que leer. Tan simple como eso. Podemos discutir acerca de qué obras hay que leer, a qué edades leer qué cosa, e incluso debatir acerca de para qué sirve leer. Lo que no admite ningún tipo de discusión es la necesidad de leer. Un buen educador ha de ser aquel que consiga despertar en los demás la curiosidad por internarse en las páginas impresas de uno o muchos libros. Estará en las manos del educador –sea padre, maestro o profesor- el escoger las lecturas adecuadas, y el momento oportuno en el que dar a leer una u otra obra, hasta que el lector adquiera la capacidad crítica necesaria para escoger sus propias lecturas.Hace no demasiados años, al terminar el colegio, uno salía provisto –en el mejor de los casos- de todo el bagaje cultural que iba a necesitar durante el resto de su vida. Ahora, sociólogos e investigadores hablan de la “sociedad de la información” y afirman que cada cinco años se duplica nuestro saber. Es curioso observar que, a la vez que estamos inundados de información, padecemos, a la vez, déficits de conocimiento. Esta dualidad se define usualmente con la expresión “sabiduría de expertos” y se lamenta la existencia de “idiotas especializados”. Esta calificación es injusta, si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad que precisa conocimientos específicos. Por eso no es reprochable ser un especialista; el problema radica en que no es suficiente. El saber específico no es saber cultural, pues con él no es posible comprender la propia cultura. Esta es una de las razones por las que es necesario leer: para comprender el mundo en el que vivimos.La cultura humana se originó en una revolución mediática que se concentró en dos impulsos: la invención de la escritura y la invención de la imprenta. La escritura fijó el lenguaje, hizo posible su control, y lo sometió a las leyes de la gramática. La diferencia de tiempo y ritmo entre la palabra hablada y la escrita fue usada para estructurar el significado. Mediante la alineación de la sucesión sujeto-predicado-objeto, con todos sus complementos, puede construirse el orden lógico del pensamiento sobre la secuencia de las partes de la frase. Para ello es necesario desprenderse del mundo exterior y centrar la atención en el interior. En pocas palabras, se requiere capacidad de concentración.En los últimos años, esta capacidad ha conocido un enemigo mortal: la televisión, sobre todo entre los niños antes de que aprendan a leer. El ritmo de las imágenes coincide exactamente con la necesidad del cerebro de ser estimulado. Por eso, la televisión absorbe la atención. Actúa como una droga. Lógicamente, los niños tienen cada vez menos capacidad de concentración y difícilmente soportan la reducción del ritmo de los procesos para construir significados. Consideran las clases como una suerte de entretenimiento, comparan al profesor con las estrellas de la televisión y cambian de canal porque se aburren. Mediante la televisión, la comunicación oral ha vuelto a tomar el mando. El que no satisface sus necesidades de fantasía mediante los libros antes de ver la televisión, no desarrolla costumbres lectoras firmes. Leer siempre será arduo para el. Finalmente se desconectará de la cultura escrita y se hundirá de nuevo en una cultura visual ágrafa.

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